Nada ha cambiado
La primera columna oficial para Nuestra Voz la dediqué a la crisis por falta de viviendas en Queenstown a mitad del año 2023, en pleno invierno. El frío y la cantidad de gente viviendo en sus vehículos, alertó un llamado a la solidaridad y a las autoridades para que entregaran soluciones concretas a esta difícil situación.
En estos momentos podría replicar la misma columna. Ya estamos a mitad del verano y no se ha notado ninguna acción específica de las autoridades a un problema real y no menor.
El derecho a la vivienda es esencial, y en una de las ciudades más turísticas del país, quienes están sufriendo las consecuencias son, una vez más, aquellos que contribuyen al impulso económico, a menudo con salarios que no se adecuan a los crecientes costos de vida.
Mucho tiempo ha pasado desde que empezamos a detectar las primeras situaciones relacionadas al aumento de las rentas después del COVID. Muchos que estuvimos pre y post pandemia, vimos la gran diferencia entre encontrar casa antes y después.
Dentro de todo, los precios antes eran medianamente razonables (para Queenstown) y había más variedad de locaciones. Ya durante la pandemia, los dueños se vieron en desesperación y, sin ánimo de sonar tan dura, como nunca mostraron toda su humanidad y ofrecieron sus lugares a largo plazo por precios moderados debido a la crisis, o su propia crisis de no poder arrendar sus casas de veraneo tras el bloqueo del paso de turistas.
Tuvimos una época “tranquila” hasta que Nueva Zelanda finalmente reabrió sus puertas al mundo y los propietarios se fueron olvidando de a poco de la necesidad de los locales. Muchos tenants, hasta el día de hoy, han tenido que dejar sus viviendas bajo falsos argumentos como ‘remodelación’ o ‘los dueños se mudan de regreso’, para semanas después encontrar la misma propiedad nuevamente en el mercado, pero al doble del precio.
Como le pasó a Connie Galaz, una de las protagonistas de la primera columna que en aquella época se encontraba en pleno juicio con tribunales tras denunciar a su landlord. Bueno, los actualizo con lo que pasó…absolutamente nada. Se le dio el favor al dueño de la casa.
Si bien el mundo se encareció y los precios de lo básico subieron en todos los países, pareciera que en Queenstown los costos de productos y casas son aún más desorbitantes en comparación al resto de Nueva Zelanda. Ya no hay variedad ni una manera de elegir dónde vivir. Se arrienda lo que se encuentra, aunque salga la mitad del sueldo, o quedas en la calle.
Y para qué mencionar hoteles y hostels. Conocí a un chico que paga 500 dólares semanales por una habitación compartida con 8 personas. Un poco desproporcionado ¿no creen?
Nadie sabe si habrá pronta solución ni cuáles son las presiones que han impedido una regularización del caso. Pero ¿dónde está la responsabilidad social en tiempos de crisis?
Translation:
Nothing has changed
The first official column for Nuestra Voz was dedicated to the housing crisis in Queenstown in the middle of 2023, during the heart of winter. The cold and the number of people living in their vehicles prompted a call for solidarity and action from the authorities to provide concrete solutions to this challenging situation.
At this moment, I could replicate the same column. We are already in the middle of summer, and there has been no specific action from the authorities towards a real and significant problem.
The right to housing is essential, and in one of the most touristy cities in the country, those suffering the consequences are once again those who contribute to the economic drive, often with salaries that do not match the rising costs of living.
Much time has passed since we began detecting the first situations related to the increase in rents after COVID. Many of us who were there pre and post-pandemic saw the stark difference between finding a home before and after.
Overall, prices were reasonably affordable before (for Queenstown), and there was more variety in locations. During the pandemic, however, owners found themselves in desperation and, without intending to sound harsh, as never before, they showed their humanity by offering their places for long-term leases at moderate prices due to the crisis, or their own crisis of not being able to rent out their vacation homes after the blockage of tourist traffic.
We had a "quiet" time until New Zealand finally reopened its doors to the world, and owners gradually forgot about the locals' needs. Many tenants, up to this day, have had to leave their homes under false pretenses like 'remodeling' or 'owners moving back,' only to find the same property back on the market weeks later at double the price.
As happened to Connie Galaz, one of the protagonists of the first column, who was in the midst of a legal battle with the courts after reporting her landlord. Well, let me update you on what happened... absolutely nothing. The favor was given to the homeowner.
While the world became more expensive, and basic prices rose in all countries, it seems that in Queenstown, the costs of products and houses are even more exorbitant compared to the rest of New Zealand. There is no longer any variety or a way to choose where to live. You rent what you find, even if it costs half your salary, or you end up on the street.
And why mention hotels and hostels? I met a guy who pays $500 weekly for a shared room with 8 people. ¿A bit disproportionate, don’t you think?
No one knows if there will be a prompt solution or what pressures have prevented regularization of the case. But where is social responsibility in times of crisis?